Háblame de noches tatuadas en las estrellas,
de una luna que refulge en su urna de cristal,
de un amanecer tardío de tus lentos pasos
sobre el pasillo flaco de unas flores secas que se dilatan,
de un jardín creciente en el cuarto de luna.
Háblame de las noches y sus pociones milagrosas,
cómo desciende el aura por el vaivén en la ventana,
y sobre el alféizar un caballo blanco desplegando sus alas contra el viento.
Háblame del mar y sus tormentas,
de la barca arrastrada hacia el acantilado,
de sus bordes de precipicio
y de su jardín colgante háblame
y pinta las paredes de la casa donde colgar los cuellos y abanicos,
donde dibujar esfinges envueltas en collares de plata.
Háblame de la luna y sus anhelos,
de su reflejo en el mar esquivando torpemente su mirada
y sus pupilas de azul,
enhebrando una a una las orillas
y las olas de terciopelo empujando suave a la luna,
renaciéndola en un océano de caricias,
en un mar que se viste de perlas y conchas
y una luna que lo embiste y que irradia por sus pupilas un charco de agua dulce
donde estampar sus besos cada noche,
para tapiar la fragilidad de su vestido.
Natalia
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