viernes, 24 de julio de 2009

Mar de Luna

Háblame de noches tatuadas en las estrellas,
de una luna que refulge en su urna de cristal,
de un amanecer tardío de tus lentos pasos
sobre el pasillo flaco de unas flores secas que se dilatan,
de un jardín creciente en el cuarto de luna.
Háblame de las noches y sus pociones milagrosas,
cómo desciende el aura por el vaivén en la ventana,
y sobre el alféizar un caballo blanco desplegando sus alas contra el viento.

Háblame del mar y sus tormentas,
de la barca arrastrada hacia el acantilado,
de sus bordes de precipicio
y de su jardín colgante háblame
y pinta las paredes de la casa donde colgar los cuellos y abanicos,
donde dibujar esfinges envueltas en collares de plata.

Háblame de la luna y sus anhelos,
de su reflejo en el mar esquivando torpemente su mirada
y sus pupilas de azul,
enhebrando una a una las orillas
y las olas de terciopelo empujando suave a la luna,
renaciéndola en un océano de caricias,
en un mar que se viste de perlas y conchas
y una luna que lo embiste y que irradia por sus pupilas un charco de agua dulce
donde estampar sus besos cada noche,
para tapiar la fragilidad de su vestido.


Natalia

jueves, 16 de julio de 2009

Palabras de agua

“... de agua escrita con dolor de verso”
Anónimo

Palabras que se aclaran en el espejo del río,
en la fonda de un caudal de cuarto menguante,
explorando el hundimiento de las palabras sumergidas,
tropezando en el bancal, arena que se moja, letras que se disuelven.
Palabras de agua escrita con dolor de verso,
manos humedecidas buscadoras de algas
buscando el fondo mismo sin atisbo de la superficie,
manos buzos
y ese dolor tintado de agua,
burbujas que explotan en la pantalla de cristal
desbordando los mares,
pantanos de miradas descubiertas,
palabras que relucen al otro lado del río.

Río de palabras que duermen en el remanso
bajo la metamorfosis de peces
en un abanico de colores para acallar la voz
y sumergirla de nuevo.


Natalia

miércoles, 15 de julio de 2009

La noche del miedo

“Que la vida es difícil, que la muerte da miedo cosido a los pasos de un acomplejado ciempiés, a la víscera del llanto y a las paredes de un corazón que late incluso en verano.” Carmen Megías






Orina la noche sus miedos,
su niebla
aletargando los pasos,
opacando las retinas y el silencio
que en las esquinas se esconde.
Es el fin del día
guerra sobre el asfalto sin paz ,
es la víspera del llanto
y la metralla censurando los sueños.
La sospecha se acomoda en el pecho
y duele el vientre que antecede,
la sangre que no duerme
y la carcoma que habita en las costillas.
Entre los labios inciso se mastica el nervio.
Es difícil vernos tinta en el espejo
cuando el sueño ya no alcanza a reparar las grietas.
Es difícil la vida cuando la oscuridad adiestra sus miedos.


Mabel Valero

martes, 14 de julio de 2009

Si vas a venir...

“... ¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada”
Carilda Oliver

¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada y los preámbulos,
esconderme entre tus brazos
y replegarme en la alfombra de tu cuerpo.
¿Cuándo vas a venir?,
a morderme,
a escupir de fábulas nuestra almohada,
a escabullirnos del silencio en la alcoba.

¿Cuando vas a venir? a llamarme hembra,
mujer maldita,
a restregarme las mentiras que te dijeron
y molerás el cuerpo bajo la sombra
en la inercia del sol, confabulado,
romperás el espejo siete veces
y seré portadora de tu mala suerte.

¿Cuándo vas a venir?,
a rasgarme las vestiduras y a maniatarme,
a que deje de ser luz y sólo fuego,
una llama que arde sin cesar en las pupilas,
una llama quebrada de furia,
rabia,
ira,
dolor y más dolor socavando el llanto?

¿Vas a venir, cuándo?
A molerme las costillas,
a ser piedra de lujuria,
una roca a la que agarrarse firme y penetrar
respirar el humo viciado de besos
que se forman en el círculo, el de las redenciones, el altar de sacrificio.

¿Cuándo vas a venir? a envenenarme,
a morder a dentelladas,
a escupir de salivazos una imagen que cabalga sola frente al espejo.
Me morderé la lengua de repente,
para no nombrarte en nuestra cuna,
para no abrazarte y dejar sin huesos la columna vertebral de las ausencias.

¿Vas a venir, cuándo? a estampar esta locura en la caja de corazones invertebrados.


Natalia

lunes, 13 de julio de 2009

Desayuno de besos

“... Si me dejas acercarme te acariciaré los recuerdos
y vestiré transparentes los últimos años”
Carmen Megías

Si me dejas vestir al trasluz de la sonrisa
un amalgama de sueños concentrados,
una nube que nunca nunca se evapore
una palabra en la lengua que estalle en carcasas de colores.
Si me dejas acercarme seré la estrella que repose en el mutismo,
que dibuje con sus puntas un camino de besos en el aire.

Si me dejas acercarme te acariciaré los recuerdos
y vestiré transparentes los últimos años,
transmutaré tus penas por balanzas,
acristalaré el mundo con sus ruidos en un intento de hacer de ti
un sarpullido de alegrías,
un vaivén estelar que acaricie tu tornada,
seré la luz que alumbre el negro de tu mirada
y una cuesta que nos acecha que nos invita a subir
y a descender colgados de las manos.

Si me dejas acercarme seré el último de los recuerdos,
una noche de tumbonas en algún hotel,
una cascada de volutas imprecisas
y un desayuno de besos y un pastel a la medianoche,
una burbuja de champán que se precipite hacia los abismos agarrándote,
un pellizco en el entre muslo, un aliento, el penúltimo,
para arrancarte de los escombros de los recuerdos
que miras hacia atrás y no dejas que penetre.

Si me dejas acercarme,
me vestiré con tu luz y seré la morada de los besos
donde colgar nuestros huesos en un alud de caricias semidormidas.


Natalia Ruiz de Cenzano

Coartada para una cresta


“y es una putadona cuando no ha cenado niente, “
Guillermo Roqués


Aquí viene, el bardo ciprés,
con madera de revés y fálico follaje
a la madera de mi cedro, ciprés-tuya,
hulla, que me queman las pechugas
y la semilla se deshoja,
coja,
enroque y toque,
anda, que no te pillo mal bicho,
que te atrofian las posturas y la minga del poder,
¡joder!
que mal rollo p’al manubrio de la mano de uno solo,
masculino,
femenino,
erotismo sin concierto de su tiempo
y terremoto sin remonte de otra costa.
Porqué señores…
la cosa me acosa sin la cosa en el fondo de mi coso,
palabrita,
que se queda flácida sin tiente,
niente,
qué te veo, qué te dices, qué vacilas,
¿serán manías
festejar los polvos sin espita polvorines?.
¡Qué palabro¡
cuando dices putadona y mientes sin nutriente
en la barra de los bares, barbicano en la cama
que te pesan ya las canas y el cepillo no cepilla,
pilla, pilla,
que me marcho de puntillas a buscar una quisquilla
pa’ mi dorso camarón,
so melón.
No te ofendas.
Pero tranqui, tronco, tranqui,
que mi boca se recalla del amianto sin jergón
y tan amigos... ¡campeón!


Paloma

Ebrios cadáveres de poetas

I

Risas de luz entre macetas alcohólicas de la noche,
no es lo que tengo
es lo que soy,
y la noche me trae los recuerdos acuclillados en la espiral del ombligo,
y la risa se cuela ranura en la despensa,
y un par de potros trotan al muro armando ciscos de costado,
trabuco de corteza
que traduce palabras a través de cristales trovados.
Dobla la maceta sus ojeras de borracha.


II

La vista se relaja en el olvido, en las mandíbulas trabucadas,
en el eco de la noche cortejando el aquelarre.
Un beso de María
se regaló para siempre,
y en su vaivén de flujos el despertar del hambre,
el grito evocándose de ganas;
en el cúmulo de las horas se atascarán las risas
y doblarán las horas
manipulando el sacro sepulcro con tapas de metal y caucho.

Soy lo que soy con viceroy.

La cruz y el campo descartan la mañana.


III

Labrando el ladrillo, ladrando, columpiando carcajadas
y rezando alcohol por las arterias, ventriculando el aire,
se escurren los cántaros de la escritura.
Una riada de duodenos esparciéndose en la sartén,
un río de milongas en el compás,
una tarde sedienta
testigo cuadrando la mesa sin esperas en el trabuco de una noche,
¡pandeluz de cerveza¡
vamos a mojar las ganas y a comernos los trucos con canicas.
Colillas de humo marchitas
se encharcarán las ideas de las latas.

Si me dejas



Si me dejas acercarme te acariciaré los recuerdos
y vestiré transparentes los últimos años,
olvidaré la angustia de ver la maleta en la puerta
y tu vida de cero a goma de borrar,
te leeré un cuento de camino a trozos
empezando por ninguno,
y escucharé tu respiración mientras paso de página.

Te haré un traje de cosquillas si me dejas,
desabrocharé el corsé que te envuelve
y la tormenta será música para tu alma pobre,
y nunca volverás a hacer daño queriendo, aliento,
podrás desglosar tu persona en viento del sur
y volar,
será el mayor de los intentos inconsciente,
de la pérdida de control sobre la rotación de la tierra,
y nunca tendrás que comprar, más nada ni nadie.

Si me dejas creer creeré que estás conmigo,
que valió la pena en algún modo conciso la estirpe,
y crepuscular no dejaré de mirar las estrellas
en el escalón de la entrada, cuando vuelvas,
que iremos al cine, a ver la próxima de Almodóvar.

Si me dejas renegaré del jazz demasiado alto en la buhardilla,
de tus más de 365 manías enroscadas,
a la musculatura de tus piernas y las plumas que, deslumbraron los redondos de una infante,
si me dejas escribir sin leer lo que escribo,
sabiendo que me partirás una vez más
y podré hacer cuenta nueva con lo bueno, y cuenta nueva si me dejas,
podré respirar más hondo y templado,
acompañarte en este ciclo que se cierra
sin mirar las manecillas del reloj.


Carmen Megias

sábado, 11 de julio de 2009

Arte Poética - Roque Dalton, 1962

Autocaricatura



A Raúl Cardoso


La angustia existe.

El hombre usa sus antiguos desastres como un espejo.

Una hora apenas después del crepúsculo
ese hombre recoge los hirientes residuos de su día
aconjogadamente los pone cerca del corazón
y se hunde con un sudor de tísico aún no resignado
en sus profundas habitaciones solitarias.

Ahí tal hombre fuma gravemente
inventaría las desastrosas telarañas del techo
abomina de la frescura de la flor
se exilia de su misma piel axfisiante
mira sus torvos pies
cree que la cama es un sepulcro diario
no tiene un cobre en el bolsillo
tiene hambre
solloza.

Pero los hombres los demás hombres
abren su pecho alegremente al sol
o a los asesinatos callejeros
elevan el rostro del pan desde los hornos
como una generosa bandera contra el hambre
se ríen hasta que duele el aire con los niños
llenan de pasos mínimos el vientre de las desaventuradas
parten las piedras como frutas obstinadas en su solemnidad
cantan desnudos en el cordial vaso del agua
bromean con el mar lo toman jovialmente de los cuernos
construyen en los páramos melodiosos hogares de la luz
se embriagan como Dios anchamente
establecen sus puños contra la desesperanza
sus fuegos vengadores contra el crimen
su amor de interminables raíces
contra la atroz guadaña del odio.

La angustia existe sí.

Como la desesperanza
el crimen
o el odio,

¿Para quién deberá ser la voz del poeta?

viernes, 10 de julio de 2009

EL ÚLTIMO CENACHERO

Esteban es el último cenachero de la Costa del Sol. Toda su vida la ha pasado en Nerja, conoce las playas, las calas y las cuevas palmo a palmo. Descifra cada roca milimétricamente y puede advertir el desgaste que ha provocado en ellas el paso del tiempo. Distingue las mareas, las tempestades, el mar en calma, las tormentas cargadas de agua o de arena. Sólo tiene que mirar al cielo cada amanecer para saber si ese día los vientos del terral devastarán la costa malagueña.Desde niño sale diariamente a pescar. Primero con su abuelo y su padre, después con su padre y ahora ya hace años que sale solo. Antes del amancer, Esteban sale con su barca, Manuela, se aleja de la playa, se adentra en alta mar y lanza su red. A primera hora de la mañana vuelve a la orilla, limpia el pescado y lo deposita cuidadosamente en sus cenachos. Coloca en su espalda una larga vara de madera, cuelga sus brazos en ella y en los extremos carga con cuerdas sus cenachos con el pescado recién sacado del mar. Pasea por los mercados hasta vender toda su mercancia. Camina por las calles de los pueblos marineros. Pueblos blancos donde el sol, arrogante y soberbio, descarga toda su fortaleza, dibujando formas y colores, tomando como lienzo las paredes de las casas. Salvo Esteban, ya no queda ningún cenachero. Ya no hay sitio para la artesanía pesquera en los tiempos modernos Así, Esteban despierta nostálgias en los antiguos pescadores de Nerja. Marineros retirados que pasan las tardes paseando en las costas, o sentados en las puertas de sus casas con sillas de enea, anhelando el mar como el mayor de sus amores.

Cuando era joven, tomaba sus cenachos y diariamente se desplazaba a Málaga en los meses de verano para vender sardinas y boquerones por las calles de la ciudad. Un autobús lo trasladaba a primera hora de la mañana y lo devolvía pasadas las cuatro de la tarde, cuando el calor más apretaba y la asfixia era una circunstancia objetiva en los pulmones de Esteban. Sólo había un autocar diario que recorría la costa de Este a Oeste. Siempre se sentaba en el lado izquierdo de camino a Málaga y en el lado derecho al volver a casa. Así podía contemplar la vasta inmensidad del mar. El cielo era azul, radiante y renovado en las mañanas de verano. El mar era el insaciable espejo que describía fielmente el estado de ánimo de los cielos de la costa. Cuando se armaba tormenta el mar entristecía y se tornaba verdoso. Cuando el día era luminoso y vivo, en el mar emergía un tono azul intenso y enérgico. El autocar paraba en la playa de la Malagueta. Esteban cargaba sus cenachos y comenzaba a caminar por la playa hasta llegar a la farola. Desde allí avanzaba por el Paseo del Parque y se detenía gran parte de la mañana en la Plaza de la Marina. Era una zona de paso para muchos transeúntes y allí podía vender gran parte de su mercancía. Finalmente de adentraba en el labertinto de callejas que bordeaban la catedral. Siempre hacía el mismo recorrido: Calle Larios, Plaza de la Constitución, Calle Granada, Plaza Uncibay y finalmente Plaza del Obispo, para regresar al punto de partida. En aquellas callejuelas se acercaba a todas las tabernas y restaurantes que encontraba a su paso para ofrecer su mercancía. También se arrimaba a los mercados ambulantes que se instalaban a los pies de la Alcazaba tratando de hacer negocio con los turistas que visitaban la ciudad. Cuando Esteban terminaba su jornada a penas sentía los brazos a causa del dolor que le generaba el hecho de cargar tantas horas los cenachos, mantener el equilibrio y manejar la vara para que los cenachos nunca llegasen a volcar, resistir el viento o pasar por medio de multitudes de gentes. El equilibrio era una habilidad que había adquirido desde niño. Al final del día ya no sentía el dolor en sus brazos, pero perdía la fuerza. Sus dedos no podían cerrarse, sus brazos pesaban tanto que no era capaz de aguantar el peso de ningún pescado más y ya no podía apresar entre sus manos ni una sola sardina. Se ataba las cuerdas al cuerpo para sostener los cenachos y poder regresar a casa.
Una mañana de agosto, Esteban se abría paso entre la muchedumbre del mercadillo ambulante y así encontró a Manuela. Era una joven cordobesa que estaba al frente de un puesto de frutas y verduras frescas. Manuela era de piel morena, pelo negro y ojos negros. Tonos oscuros aliñados con una sorisa blanca y contagiosa. Esteban no pudo evitarlo y se detuvo a obserbarla. Nunca había visto tanta belleza comprimida en una sola mujer. Se acercó a ella, envolvió unas sardinas en un papel y se las entregó. Manuela, a cambio, le entregó una porción de una sandía que guardaba a la sombra para mantenerla fresca. En aquel verano Esteban se acercaba diariamente al puesto de Manuela, le regalaba el mejor pescado que guardaba en su cenacho y una biznaga. Asi se quedaba conversando con ella hasta regresar para coger el autobús de vuelta. Esteban se enamoró, pero nunca fue capaz de mostrar sus emociones. Tuvo miedo a una respuesta negativa y prefirió mantener el privilegio de poder estar junto a ella un rato cada día. Llegó septiembre y los comerciantes del mercadillo ambulante tomaron rumbo a otras ciudades del Sur persiguiendo fortunas que nunca llegarían. A lo sumo sus puestecillos les permitírían en los meses de mejor suerte, alejarse del umbral de la pobreza durante cortas temporadas. Esteban pasó el año entero ensayando una declaración que sus labios nunca llegarían a pronunciar. El verano siguiente Manuela ya no volvió. Ni el siguiente, ni el siguiente. Pasaron los años, uno tras otro, pero Manuela nunca regresó a las laderas de la Alcazaba. Esteban nunca más volvió a saber de ella, pero jamás dejó de pensarla. Invierno tras invierno el cenachero albergó la esperanza de encontrar a Manuela en una mañana de verano.Construyó una barca en uno de aquellos inviernos. La primera barca que armaba con sus propias manos. Buscó las mejores tablas y maderas, las lijó y las montó minuciosamente pieza por pieza. La pintó de blaco, azul y rojo y la llamó Manuela. Durante largos años salió a navegar con Manuela. En ocasiones, se adentraba en alta mar para regocijarse en sus propios pensamientos, lejos de la costa, mecido por el mar, donde nadie pudiera molestarle y ni escucharle gritar el nombre de Manuela hasta desgarrarse la garganta.

Hoy Esteban ha salido a pescar a las cinco de la madrugada. Cada vez se siente más fatigado, los años pasan, su piel está envejecida por la constante exposición al sol. Su alma se ha apagado ya. Es consciente de que no le queda mucho tiempo para retirase del mar. Sabe que dentro de poco, Manuela quedará dormida en la arena y que sólo desde esa perspectiva él podrá contenplar el Mediterráneo. Las noticias dicen que está siendo el invierno más crudo en la Costa del Sol desde hace más de sesenta años. Se recogen mínimos históricos e insólitos en las templadas aguas malagueñas. Esteban se adentra en el mar, poco a poco se aleja de la orilla. Nota en su piel un aire frio que se va calando en sus huesos, un aire humedo que anuncia tormenta. Antes del amanecer comienza a llover con furia. Esteban nunca tuvo miedo a las tempestades. Poco a poco va aumentando el oleaje, el cenachero rema a contra corriente. Siempre pensó que encontraría a Manuela detrás del azul. La tormenta se acentúa, las gotas cobran el grosor de las aceitunas y comienzan a golpear a Manuela. Esteban se tambalea, despierta de su ensueño y toma conciencia del temporal. Tardará más en amanecer, el cielo está completamente negro. Comienza a remar con fuerza y trata de dirgir la proa hacia la orilla. Lucha contra el viento y la lluvia, agarra con fuerza los remos, mientras el agua va mojando sus pies. El oleaje arrastra a Esteban hasta las rocas de Calahonda y la madera avejentada no soporta el impacto. Un día después todavía se pueden ver los restos de Manuela flotando apaciguadamente en las calas de Nerja mientras el pueblo entero despide al último cenachero.

Meses más tarde, una mujer de piel morena, pelo negro, ojos negros y sonrisa blanca y contagiosa se deja ver en las callejas del pueblo. Viste de negro riguroso y en el anular izquierdo sobre el nudillo presenta una porción de piel que no ha sido bronceada todavía por el sol. Se acerca a los ancianos del pueblo y pregunta por el último cenachero...

Reyes Gómez Pérez

jueves, 9 de julio de 2009

Duermevela

“... y picotearía al intruso, al que sube arriba”
Paloma Ángel


Un intruso acecha en la duermevela,
en la espera del envite del corazón
para arrancarme los latidos,
uno a uno,
desgranando cada nota que sale del pecho,
salpicando los recuerdos
y el intruso no se marcha.

Tizna de apoplejía las sandalias barro del pasado,
quiste en la hibernación del sueño
y cuando entre,
lo invito a la sala donde se mecen los flashbacks del alma,
donde se retuercen los colgajos comprimidos,
los del mechón en la frente.

Le invito a subir,
a retorcer su mirada desde las alturas,
desde la vejación del sueño
por no postrar el alma ante sus ojos,
desatados desinhibidos,
y se mecen los recuerdos en la cuna de los párpados.

Le invito a entrar,
a desatarme de esta locura que muerde las espaldas,
a escupir sus dientes en la mellada cuna,
pero si entra...
picotearía uno a uno sus recuerdos
y que me deje salir de este encierro,
de esta prisión que me atenaza...

Le invito a subir,
picoteando cada peldaño de la escalera,
cada una de las costillas que se abrigan bajo la piel.

Le invito a subir,
el intruso mira,
logra irse...


Natalia Ruiz de Cenzano

Casa de sueños

Quedan atrás los sueños empapados de futuro,
de promesas que arrancaron las raíces
quedan atrás,
los soplos de la ira,
la desasosegada calma enervando cada erizo de punta,
congelando una pena entre los labios.
Atrás quedan los cimientos, de la casa y de sus ruinas,
un resurgir de cenizas
que elevará los sueños hasta el pupitre
a enhebrar letra con letra su desgastada sonrisa,
a calcificar la pluma,
a desabrocharse del rostro las aburridas ojeras
que por no conciliar el sueño empuñan un llanto afilado.
Quedan atrás los sueños y los días,
el hundimiento de raíces,
el amargor en las pestañas.

Pero ahí detrás...
resurge la casa,
piedra a piedra por moldear y se levanta
echando raíces por todos sus lados,
aguantándose sobre cadenas invisibles,
sobre letras
y espacios que aún quedan por habitar.


Natalia Ruiz de Cenzano

miércoles, 8 de julio de 2009

Árbol negro

Photo by Christian Coigny

"... que cuando todo te hierve

una estela de hielo se esconde entre los labios". María Peiró


Me perdonas

que cuando todo me hierve

una estela de hielo se me esconda entre los labios,

que amordace las palabras con escarcha me perdonas

que esté seca de gemidos,

que no aúlle ni siquiera por las noches cuando aúllan las estrellas,

que entre terca en esos sueños que golpean a mi almohada

y adormezca las ideas en pantanos desbordando los colchones.

Me perdonas, que no me vuelva mientras camino tan derecha que doy miedo,

tan derecha que ese temblor de hoja que es muy mío no se note.

Me perdonas que no me abastezca de caricias,

que salude a aquella anciana, servicial, que le ayude a cruzar

y que no vea que las migas van cayendo del bolsillo.

Me perdonas por lo altiva y militar

por lo insolente de mi lengua afilando pupilas a las seis de la mañana,

me perdonas,

que no parpadee,

que no respire,

que mientras la nostalgia rebate voluntades

crezca un árbol negro dentro de mí.


Hechizando palabras













“para que no se olviden de nosotras”
María Peiró

Para que no se olviden de nosotras,
de la lucha en que empañamos nuestros ojos
hay noches de luna llena,
lunas llenas de noche para que no se olviden,
del cubil donde escondemos los secretos
y esas tarteras donde se guisan los misterios,
para que no se olviden,
a veces vuelan las escobas y el polvo vuela
y nos crecen las verrugas perfilándonos la boca,
para que no se olviden
se tuerce el gesto y el gato negro,
esta manía de sabernos ángel, brujas,
un aquelarre de último viernes
para que no se olviden,
de nosotras….

Mabel Valero 7 de julio 2009



Disfrutar de la reunión de Julio chicas, os echo de menos


El viaje


Queda en paz, que ya me marcho.

Haré sitio en la maleta para el olvido,
para esta guerra sin tregua tendida en nada
que simuló un adiós sin despedida.
Queda en paz.

Limpiaré del fondo las telarañas,
de los dedos el polvo que hizo su nido
y me vestiré con el amarillo de los años,
queda tranquilo
que ya me marcho.
Conservaré tan sólo aquellos sueños que moldeamos juntos,
para seguir luchando
para seguir viviendo,
y pasearé de lágrima entre tus versos
bañando cada silencio en sal,
cada latido,
y será mi julio un mar de letras,
un mar lejano, un mar confuso,
pero queda en paz… que ya me marcho.



Mabel Valero 8 de julio 2009

lunes, 6 de julio de 2009

animales



Animal busca, al fondo del bolsillo, las llaves en el bolso, una moneda, unos ojos de calorcito que no se pegue.

Busca animal energía, inteligencia, trabajo, y otra lengua menos densa de mañana.

Mira animal, observa mientras extiende las manos ciegas, sueña tener lo que tiene, mirar lo que mira, tocar lo que toca, animal sueña tonto busca.

Animales atados a un cordón umbilical, al nudo del instinto, a la sensibilidad de las vértebras, tropezado animal consigo mismo.

Que la vida es difícil, que la muerte da miedo cosido a los pasos de un acomplejado ciempiés, a la víscera del llanto y a las paredes de un corazón que late incluso en verano.

Animal suspira fuerte si le tocan, acaricia una mano ciega a un pie sordo, silencia la verborrea y suspira, enciende el cordón umbilical y el calorcito sube por la traquea hasta hinchar el pecho, dejar caer la cabeza y anudar el instinto a otro animal, vertebrado.


Carmen

Matryoshka


Inmóvil como una matrioska de madera sola comienza el descenso bajo la piel. Es la madre primera. La huérfana.

Bajo el oscuro rincón se abre la primera capa, una sonrisa forzada se pinta agridulce y recibe la sacudida de olvido. Es la madre segunda. La desarraigada.

Se abre lateral la enorme barriga y asoma un corazón sangrando coágulos con forma de navaja de media luna. Es la madre tercera. La visceral.

La sal empapa la cicatriz, y un torrente de diminutas lágrimas heladas calcifica otra figura. Es la madre cuarta. La melancólica.

Una pequeña y maciza asoma sacando la lengua. Es la madre última. La puta.


domingo, 5 de julio de 2009

Jerónimo Freyman




Id tranquilas, yo me quedo.
Pasaré por aquí cada sol de julio,
regaré los folios,
limpiaré de polvo los escritos,
me quedaré un ratito
cantándole a las luces y las sillas,
repasando vuestras voces...
Abriré puertas y ventanas ventilando las palabras,
pondré orden en los adjetivos, siempre díscolos y peleones.
Subiré cada peldaño de los viernes
para que no se olviden de nosotras.

Id tranquilas,
yo me quedo a vigilar la casa y sus silencios.