Me perdonas,
el derrumbe de una puerta al marcharme,
al hundirme en los escombros de la mañana
al respirar nubes entrecortadas de silencio,
al despegarme de la bruma con sigilo
como quien aspira a una muerte silenciosa.
Me perdonas
por haber lavado las ausencias,
en un trozo amarillento de pergamino
y haber quebrado la voz,
al haber saltado la ventana
y derribar barreras a mi antojo,
por haber salvado las compuertas
que se entreabren como labios temblorosos me perdonas.
Por haber teñido de escarlata
las noches posteriores a los grafitis
que dibujaste en el cielo
y que pernoctan en un puñado de anagramas en el ombligo.
Me perdonas por clavar el peso en las espaldas,
por llamarme el frío en las entrañas
y no ser broche de telarañas
en el ancla del cuerpo me perdonas.
Por llamarse así,
por hervir el miedo en tu mirada
y calentar la sangre de los llantos,
por clamar al cielo un anatema
por trazar sonrisas me perdonas,
por aliviar la pena en las sandalias,
por teñirme roja en el verano,
por permutar la pena y trastocarme en lluvia
aguacero de otros labios...
Natalia Ruiz de Cenzano
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