miércoles, 12 de agosto de 2009

EL DIA QUE MORIMOS

El día que morimos llovía atardeceres tras los párpados del mundo,
caían solidos colores y crepúsculos del centro la víspera,
aquel día, negociaba el olor nuestra espalda resbalando gotas venganza y sangre
venganza y sangre
sangre...
El día que morimos un gallo cantaba el ocaso del verbo,
al otro lado el mundo se dejaba hacer en su esquina
sucia de futuros, en su piel de oligarquía en funciones,
en la orgía de banderas y antifaces...
y mas uva tras la puerta.

Los atardeceres caían mirando de frente al sol el día que morimos
y mordían pupilas en el borde de sus labios,
aquel día, pinchaba la piel sobre la carne carente de agallas,
espesor de perfumes ajenos a una aire que no cedía al día que morimos,
y se arrastraron las vírgenes
las que dieron vida al enjuto tiempo que no cabe en un traje a medida,
cosido a color tormentas...
aquel día, que dolimos a nadie y derrochamos desastres
entre muslos, rezamos a un Dios que lucia bufón,
que hacia sonar cascabeles y muerte al son de sólidas sus lágrimas,
caudillo de la nada llorando infancias muertas...

El día que morimos un sol trasvestido despojaba el negro del cielo
y no brillaba de centripeto el sol, mentira en blanco y negro,
intimidad macerada en alcohol y madera, astillas las caricias de garganta,
porque aquel día, olvidaste cerrar la puerta y sonaron maullidos
en la cara interna de los huecos, trilogía del sueño de un Zeus borracho
cantando la vuelta a casa desde Itaca, rezumando renuncias.
La rabia violaba el día que morimos al puro amor que miraba
el techo de su suerte, desolación, penetración consentida consentida es;
De lluvia vestían los dedos el día que morimos, los dedos marcando el camino
a los perros, a los harapos de las tardes consumidas
tapamos de pretéritos,
y espantamos las polillas que tú alimentabas
como mariposas susurrabas, mutiladas de futuro, sangrando de poesía.

Fue la tarde muerte y bajo la mesa el limite musitaba soledad,
el corazón huele fuerte en la hora del olvido,
corazón gangrena y pura pena en la vi cera...
y no morimos,
quedaron abiertos nuestros los ojos respirando ecos,
lamiendo vanidades quedamos
estirando el tiempo apurando vasos disponibles quedamos,
oyendo crujir de almas...
quedando vivos la tarde que morimos.


1 comentario:

Anónimo dijo...

gran poema, lamiéndote las letras para aliviar el momento siguiente...

toda